Alberto es un hombre adulto, próximo a la jubilación. Me cuenta que su vida ha sido un rosario continuo de situaciones diferentes. Fue diagnosticado con trastorno de la personalidad hace 20 años, además de presentar importantes rasgos de déficit de atención e hiperactividad, que impidieron enfocar en los estudios durante su juventud y luego sin posibilidad de desempañar trabajos estables. Nunca se le diagnosticó déficit de atención, entre otras razones porque en aquellos años de su niñez y juventud no existen criterios diagnósticos adecuados. Lo cito es que siempre estuvo viviendo situaciones de absoluta provisionalidad. Se casó y tuvo hijos; pero esa incapacidad de estabilidad unida a la idea y la fantasía, rasgos que lo acompañaron desde la niñez, le impidieron triunfar en el matrimonio.
Ha realizado trabajos de corte dura en diferentes asuntos oficiales, sin continuidad.
Me cuenta que un par de años antes de divorciarse va al psiquiatra. Inicialmente se le diagnostica depresión. Recibe tratamiento antidepresivo y ansiolítico. Poco a poco se va cuando cuenta de su tumba enfermedad. Decide luchar; sin embargo, en el ámbito familiar, el día ya está hecho y se divorció. Se distancia de la familia, de los hijos, tiene ideas suicidas que no materializa. Llega a depender de los servicios sociales de su ciudad para subsistir. Sin dinero, sin formación especializada, pero muy inteligente, es consciente de su derivación absoluta, asume que ha atralado una vida absurda, sin sentido, abocada a la desesperación y la depresión crónica, sin posibilidad de rehacer nada. Ha acumulado los sesenta años de edad. No tiene fuerzas para emprender nada, ¿Y qué podría hacer él a esa edad?? Se le han cerrado las puertas del mercado laboral, no puede demostrar pericia en ningún oficio, no tiene experiencia profesional ni estudios que avalen una cualificación específica.
Alternó periodos de cierta estabilidad emocional, con otros de ansiedad y depresión. Ahora está en tratamiento antidepresivo, una vez más. Las pastillas del «no me importa», como él llama a la medicina.
Me pide consejos, sugerencias… ¿qué puedo decirle? No vale el consejo general de un amigo, ni las típicas frases que vienen en los libros de autoayuda. Las recomendaciones de su psiquiatra y psicólogo ni siquiera son útiles. Es reactivo a todo, incluso a la religión…
¿Qué se puede hacer en un caso de esta naturaleza? ¿Cómo guiar y sacar del agujero existencial a una persona con estas características?

Por JL. Nava

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